El acto de emboscarse

El acto de emboscarse

Antonio Escohotado

Hace tiempo cerré un artículo con las siguientes palabras de Ernst Jünger: «Librar de miedo al ser humano es mucho más importante que proporcionarle armas o medicamentos, pues el poder y la salud están en quien ha vencido al miedo». Parecía oportuno hacerlo en un horizonte como el de nuestras sociedades opulentas, donde a menudo se simplifica la relación entre amenaza y temor. Al sobreentender que las amenazas preceden siempre a los temores, el miedo campa consentidamente por sus respetos, multiplicando vigilantes a un ritmo desproporcionado con el crecimiento demográfico. Por mucha riqueza que haya no se divisa un término a la insolidaridad promotora de crimen, ni mejor seguro que seguir fortaleciendo mecanismos de control y punición. Al parecer, el evidente progreso en muchos órdenes no compensa desfases en socialización, crisis económicas, incultura popular, espantosas megalópolis y causas análogas.

Sin perjuicio de todo esto, Jünger trata de ir más al fondo, proponiendo que ningún rearme podrá mitigar las causas del miedo. El temor inconcreto y omnipresente «sólo podrá disminuir cuando el individuo encuentre un nuevo acceso a la libertad». Nos quedamos algo perplejos, pensando qué implicará ese nuevo acceso a la libertad, expuesto por un hombre vigoroso y creativo que superó la centena en años cumplidos. Pero lo cierto es que Jünger ha sido muy explícito en cuanto a las condiciones de tal acceso. A caballo entre la metáfora y una crónica textual de su propia vida, ofrece a nuestra consideración la figura del emboscado.

Si preguntamos quién es tal sujeto, la respuesta dice: alguien que siente y actúa como persona singular soberana. Suena extraño a primera vista, no menos que quizá vago y hasta arriesgado. Para ser exactos, suena a probablemente delictivo, considerando que nadie llega al bosque sin «reservarse la decisión» en ciertos campos, campos donde la propaganda urge con gran vehemencia a delegarla. Concretamente, no será un emboscado mientras decidan por él en medicina, ética y acatamiento a las leyes; tampoco lo será mientras no plantee como cuestión exclusivamente suya su propiedad y el modo de afirmarla. De los protectores y vigilantes institucionales exige algo sencillo en extremo: recurrir a su ayuda cuando lo crea conveniente él, no cuando lo crean conveniente ellos.

Cabría pensar que esto olvida a los demás y a la totalidad, si no fuera porque supone justamente lo contrarío. Reservarse la decisión es exigir que les sea reservada a los demás y a la totalidad, sin otro posible perjudicado que el armador Leviatán y su crucero de lujo Titanic, que imponen condiciones de oligopolio al pasaje. El emboscado no quiere salir de la coacción como quien se opone a una en nombre de otra, como quien huye hacia algún destierro o como quien anda poseído de misantropía.

«Bosque» no es un lugar geográfico determinado, ni nada finalmente distinto del punto donde pernocta un corazón reñido con cualquier forma de crueldad. Ahora bien ¿qué se ve desde la emboscadura? Junto a la necesidad de desoír toda norma impuesta por violencia, la de aprender a hacerlo evitando una fulminación definitiva. A cambio del riesgo, resistir la coacción libera de sentirse aplastado por el aparato. Abrumadoramente poderosa para quienes profesan soberanía nacional en vez de soberanía personal, esa maquinaria se revela al mismo tiempo como tramoya cambiante, simple escenario para el viejo dilema entre ser y no ser.

El coraje de la verdad

A partir de aquí uno abandona el fraude llamado infalibilidad científica para entrar en teología. La parafernalia tecnológica obtiene -como lo demás- su apoyo en dos ramas de realidad última: una, designada de antiguo como lo sacro y eterno; otra, que algunos llaman humanitas en sentido fuerte. Cualquiera de las ramas lleva a aquella alocución de Hegel pidiendo el coraje de la verdad: los humanos deben honrarse a sí mismos y considerarse dignos de lo más alto; jamás podrán sobrestimar la potencia del espíritu. Con esa divisa por norte, los emboscados presienten innumerables Cristos, renacidos sobre una amalgama de Hércules, Atenea y Dionisos, que invocan «el placer de hacer real la libertad».

Teología pura y dura, pues, en los antípodas del nihilismo. Quien acate la nada como ser sucumbirá a la herida del tiempo, inmerso en una avidez infantil de novedades-baratija que nacen ya caducas, sin perspectivas de crecer él al ritmo de sus propios años. No tiene sentido emboscarse sino para entrar en contacto con lo divino e intemporal que subyace a cada presencia; para bañarse en las fuentes originales de jovialidad y abundancia, y para saber hacer frente a la angustia que como un buitre devora nuestro hígado a pesar de todo, porque la profundidad es fugaz y aparece teñida por la sangre de tantos sacrificios evitables.

Pero lo primero que el emboscado aprende es a distinguir dónde están los peligros inventados para hacerle pusilánime, y dónde aquellos peligros de los que nadie podría escapar, aun siendo impecablemente valeroso. Quimeras y monstruos góticos, con los demás jeroglíficos de la opresión, adornan a un poder que desde Ramsés en adelante se perpetúa dividiendo a los hombres en fieles vasallos y contumaces enemigos. Sus detentadores han degradado el combate por la dignidad personal a masacre, en la que todos pueden sucumbir salvo ellos mismos, y quienes acepten lucir un uniforme lucharán en realidad para reforzar servidumbres, flanqueados por profesionales del exterminio.

En esencia, la domesticación de hombres pasa por lograr que, hasta los actos libres no parezcan tales, cosa cumplida en la práctica cuando una jerarquía de peligros extrínsecos sustituye al contacto personal con las fuentes intrínsecas del miedo. Así se coloca el sargento detrás de la tropa cuando llega la hora del asalto, con un fusil que amenaza al posible desertor en la carnicería, y así se coloca detrás de quien inventa o fabrica armas la sombra de colegas igualmente ruines, trabajadores a sueldo para otro Leviatán. Pero esa técnica fracasa con el emboscado, que teme ante todo incumplir la parte divina de su naturaleza y, en esa misma medida, quiere contemplar serenamente el misterio de la muerte.

Entrados ya en el siglo XXI, con los valores vigentes, cuesta imaginar algo más intempestivo. ¿No vivimos acaso un grandioso rechazo de la libertad como goce justamente cuando las libertades parecen más conquistadas? Con todo, quien se tira al bosque no mendiga asentimiento ni cree en el número como legitimación. Quiere aniquilar el miedo y desespera de lograrlo multiplicando las gendarmerías. Su apuesta es lograrlo con una convergencia poética, eminentemente natural, de su deber y su placer. Como dice el propio Jünger, esa posibilidad no es cosa de fuera.

«El mundo donde estamos se asemeja a un embarcación, que a veces exhibe rasgos de confortable lujo y otras muestra signos de terror. A la mayoría de los pasajeros les pasa inadvertido que habitan simultáneamente en un mundo distinto. Tan superior es el segundo de estos reinos al primero, que parece contenerlo dentro de sí como un juguete. El segundo de estos reinos es puerto, es patria, es paz y seguridad, cosas que todos nosotros llevamos dentro».

5 Comentarios
  • Williamsii power
    Publicado 08:39h, 29 abril Responder

    Genial artículo, pero esta es la frase que más me ha gustado: » No tiene sentido emboscarse sino para entrar en contacto con lo divino e intemporal que subyace a cada presencia; para bañarse en las fuentes originales de jovialidad y abundancia, y para saber hacer frente a la angustia».
    Tremendo!!

    • David
      Publicado 23:46h, 15 marzo Responder

      El artículo complejo, denso, para leerlo al menos dos veces más y a otras horas de mejor actividad cerebral….pero la foto que abre el texto me ha llamado poderosamente la atención por ser mi hogar y un lugar que poca gente – incluso de pueblos vecinos- conoce. Un saludo maestro.

      Ps. Tras ver el vídeo de UTBH yo le hubiese respondido que dogma es “creer sin ver”.

  • Mª José
    Publicado 17:04h, 18 abril Responder

    A mí lo que me queda claro es que en nuestro interior está la historia entera, nada más que mirarse el ombligo y comprobar cómo somos un fiel reflejo, un espejo de lo que sucede afuera, «Conócete a tí mismo y conocerás a la humanidad». Todo lo que sucede fuera, está en nuestro interior. Y no seámos hipócritas y reconozcamos que somos lo que somos (seres sociales, culturales, racionales…) por nuestra capacidad de interpretación social e histórica. Es demasiado compleja nuestra historia evolutiva, por eso dividimos la realidad en buenos y malos. No hay bondad ni maldad, hay naturaleza, selectiva pero natural. Hay pura naturaleza que hay que estudiar como hace Escohotado. Hay que mirar con lupa a nuestros enemigos como si fueran virus, microorganismos que nos han precedido y que seguirán ahí después de nuestra muerte. No hay moralidad, hay lectura, hay sujetos cognoscentes. Es una lucha por la superviviencia disfrazada por términos humanoides que no hacen más que confundirnos, no hay moralidad, hay leyes naturales que se imponen queramos o no, y si queremos vencerlas, no hay más que estudiarlas y seguir las leyes universales de la naturaleza, que no son más que nuestra propia superviviencia y no entran en contradicción con lo social «o de letras» , eso sí, podemos codificarlas en nuestro lenguaje moral y ético (el error Kantiano) que no hacen más que apartarnos de lo que somos realmente, nos guste o no. Seguimos siendo un estomágo con dos bocas, dos orificios de entrada y salida, adaptándonos a nuesvos ecosistemas con toda la sofisticación que queramos, pero en definitiva, con el único objetivo de sobrevivir, depredar, evitar ser depredados, o depravados, de reproducir… lo que pasa es que el lenguaje natural se separó del social, se convirtieron en dos metodologias antagónicas y enfrentadas por la ignorancia y que siguen imperando, la ciencia ante la filosofía, el corazón y la razón., la información y la emoción… Opuestos infundados pero fundados históricamente y que todavía no hemos superado. Solo hay una razón, un método, entender lo que está sucendiendo y lo que ha sucedido. La razón que analiza nuestro vivir, solo puede ser una, fusionando todo lo que la razón entiende que es todo (experiencia, datos, información, emoción, creencia, contexto…). Solo desde esta complejidad global puede entenderse algo. Gracias Antonio por hacerlo fácil y por hacernos entender que el mundo, la realidad no ha sido hecha para la valoración sino para el estudio.

    • José
      Publicado 16:52h, 13 septiembre Responder

      Has escrito algún libro ?

  • ribustillo
    Publicado 07:10h, 31 diciembre Responder

    Resulta sorprendente lo mucho que me atañe todo lo que se refiere el artículo.

    Ratificando y contestando así mi afección, creciente cada día desde aquellos 18 años en que le descubrí, en las primeras madrugadas con Sánchez Dragó y la antigua televisión española, en una pequeña televisión en blanco y negro.

    A la figura de Antonio Escohotado.

    Solamente leyendo a Nietzsche, Schopenhauer o Cioran, me he podido sentir tan identificado.
    Cómo si me estuvieran hablando a mí.

    Pero en esta ocasión desde la cercanía del mismo barco, y el mismo horizonte del tiempo.

    Algo que no deja de hacer sentir un poco menor la soledad.
    Y un algo cierto la compañía en el hecho de no querer ni poder ya dar marcha atrás, en mi enfrentamiento con un sistema que no soporto.

    No temiendo por el contrario en absoluto la muerte, si no seguir viviendo y desangrando mi tiempo en un trabajo, bajo unos poderes fácticos, y unas formas cada vez más groseras, que lo único que me hacen sentir es rabia, sueño e impotencia.

    Ahora me queda por delante la dura tarea de superar mi condición de hombre del siglo XXI.
    Mi inconsciente y absurda cura por el consumismo demente.

    Y, aparte de eso, si consigo olvidar el miedo: que hagan conmigo lo que quieran.

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