Salud, dinero y amor

Antonio Escohotado – La Emboscadura

Salud, dinero y amor

Por Fabián Rodríguez Simón

 

En el ensayo que da título a la obra Retrato del libertino, Antonio Escohotado reseña las andanzas de un libertino victoriano que, a fines del siglo pasado, publicara una autobiografía llamada My Private Life. Walter, tal es el seudónimo del autor, relata sus relaciones carnales con más de dos mil mujeres (“He follado con negras mulatas, cuarteronas, griegas, turcas, egipcias, hindúes y otras criaturas totalmente depiladas; incluso he conocido bíblicamente squaws del Canadá y Estados Unidos, allí donde la civilización no ha penetrado todavía…). Walter, el libertino, se complace acariciando, tocando, penetrando, palpando, hurgando, chupando, lamiendo, fornicando. Y disfruta dando placer a aquellas que le dan placer a él.

Escohotado opone a Walter con aquellos libertinos como Sade, Baudelaire o Bataille cuyas obsesiones sexuales no son gozosas sino que obedecen a impulsos transgresores, sin placer, alegría ni deleite; sólo compulsiva y errática liberación de represiones o traumas internos. El libertino de Escohotado es jubiloso y entusiasta, nada tiene de rencoroso saqueador de honras femeninas como Don Juan Tenorio ni de pícaro vanidoso como Casanova. No hay venganza ni utilización de la amada en su seducción. Si el libertino Walter besa, acaricia o coge es porque lo disfruta y prodiga placer al hacerlo. Tras el desvergonzado elogio de Escohotado a los apetitos lujuriosos y genitales que tanto irritan a los puritanos y escandaliza a las buenas conciencias, se afinca un afán de libertad y tolerancia compartido por muchos que, con una libido menos exacerbada, jamás emularíamos a Walter.

Pese a que su título, “Apuntes sobre bioética” no luce tan atractivo como el del primero, el segundo ensayo es el más sustancioso del libro. Puesto que se trata de una charla dictada en un seminario de filosofía, Escohotado rescata y ratifica aquel postulado de Heinrich von Kleist (1777-1811) en Sobre la formación gradual de ideas a través del habla respecto de que las ideas vienen hablando. Y vaya si le vienen ideas al profesor Escohotado cuando habla. Si el punto que desarrolla es el cuidado del cuerpo, aprovechemos para vincularlo con los temas que trata en los restantes ensayos de su obra, a saber: ludopatías, euforia química y dignidad humana, eutanasia, Ernst Jünger y Albert Hoffman (descubridor del LSD). Y, por qué no, también con el promiscuo Walter.

Los temas tratados aquí por Escohotado tienen un subyacente común: la autonomía de la libertad del ser humano. Y -aquí la nota distintiva en un decadente fin de milenio donde individualistas se confunden con egoístas y, bajo la errada advocación de Cioran, se encierran en un pesimismo nihilista- la alegría. Alegría en el sentido espinozista, como aquello contrario al miedo, que aumenta la capacidad de obrar. Con Sciamarella y Andrés Calamaro, Escohotado cree que el secreto de la vida radica en tres circunstancias: salud, dinero y amor (el dinero como “libertad acuñada”, con Schopenhauer). Nadie regala ninguno de estos dones. “No hay salud sin denuedo, sin arrojo, como tampoco puede haber devoción o siquiera afecto hacia otros”. Proteger la salud implica aceptar riesgos. La autonomía no es gratuita y debe reconquistarse diariamente. La libertad es sumamente peligrosa.

El ser humano que se reivindica libre se hace cargo de las consecuencias de sus elecciones y de sus actos. Conoce que la libertad no implica felicidad ni sabiduría o prudencia. Sólo responsabilidad. Y sabe también que estando siempre al alcance de cualquiera la decisión de dejar la vida, cualquier castigo, esclavitud o tiranía que se imponga, es siempre aceptada, pues nada nos impide dejar de vivir cuando así lo decidamos. De allí que Escohotado rechace virulentamente que se traten como enfermedades a los vicios -como el juego, el alcohol y la droga- que sólo perjudican o benefician a quien sucumbe a su tentación, y mire con desprecio a quienes se escudan en condicionamientos sociales para liberarse del peso de sus propios actos. El hombre libre es responsable para lo bueno y lo malo, y hace frente a la vida con su propia lucidez, generosidad y fuerza. La obediencia debida o los contextos jamás excusan.

Una ruta difícil y esforzada, donde no es extraño que a un tramo que permite un relajado hedonismo suceda uno que exija un comportamiento estoico; aliviado con esporádicas ebriedades, que aumentarán la percepción, lucidez y conocimientos del caminante, así como le descansarán de trecho en trecho. Y al ineludible final del camino, una bienvenida y dulce muerte. Tal la propuesta de Escohotado. Para evitar malos entendidos, que la triada quede en salud, libertad y amor. Tres dones que exigen constante lucha y ejercicio. La hipocondría no es sana; tampoco la falta de dolor. Quien es libre puede errar, yerra; así como quien ama puede sufrir, sufre. Pero perseguir los tres dones es vivir, sin dioses ni partidos que se hagan cargo.

Sirva de homenaje a la alegría libertaria y saludable del escritor madrileño una cita de Ramiro de Maeztu, integrante de la Generación del ‘98, fusilado por la República en el ‘36: “Tenemos que elegir entre la intuición que nos dice que Don Juan es el mal porque su vida es una ofensa contra el espíritu de servicio social, de castidad, de veracidad, de lealtad; y el impulso que nos lleva al donjuanismo. De una parte el deber absoluto, de otra parte el capricho absoluto. Pero si no hay Dios en los cielos, si no existe un valor absoluto, Don Juan tiene razón. Si no existe Acreedor con derecho a exigirnos el pago de las deudas, si no existen las deudas y la felicidad es la suprema ley, derramemos la energía a capricho, porque esto es el placer, y proclamemos de nuevo y finalmente que Don Juan tiene razón”.

Cien años después, el optimismo pagano que comienza a extenderse desde las redes del mundo globalizado, dice que el Don Juan de Maeztu y Escohotado tienen razón. Y que el hombre ha de buscar su dicha y destino sin tutores, líderes ni valores absolutos, sea mirando coños o paisajes marinos, sea fumando un porrito o comiendo un helado de vainilla.

(Este artículo fue publicado en Radar Libros, suplemento literario de Página 12, Buenos Aires, el 21 de abril de 1998)
1 Comentario
  • José Antonio Martínez Climent
    Publicado 08:52h, 27 enero Responder

    Las alturas eróticas (o los precipicios, según cada cual sienta el placer del vértigo amoroso) a las que alcanza quien como Walter Escohotado prescinde de toda apoyatura estética sin duda posibilitarán la respiración de un aire raro de altura (o de un narcotizante sulfur de bajura) cuyo efecto enervante se verá realzado por una preciosa sensación de libertad, de unicidad, de individualidad incontaminada por los juicios del puritanismo o de la ideología, que hoy de nuevo vienen a ser tan semejantes. No duda uno de que el puro apresamiento de las anafractuosidades genitales de la amada con los dedos desnudos, sin mediación de otra idea conductora que no sea la del placer del puro tacto, del puro hurgar, del húmedo palpar, conduzca a los pagos antedichos, más aún cuando con ese proceder vemos caer las pudorosas defensas que aun oponían resistencia a nuestro avance. Pero he ahí un hontanar que Walter ciega, o cuyas aguas no sacian su sed, y del que Casanova bebió en abundancia.

    De la lectura de sus Memorias desprende uno que la reducción al estado de “pícaro vanidoso” arriba escrita pudiera quedarse corta, aunque sirve bien como contraparte para W. E., pues si algo proporciona placer a Casanova es la demolición previa a la coyunda, tanto como el relato de tales derribos. Nada nos impide pensar que Casanova no fuese un consumado hurgador al que su inagotable vanidad le prohibiese detenerse en la descripción de lo común a todas sus mujeres, dentro de esa inagotable variedad de matices, formas, aromas y sabores que el amante consumado aprecia en cada conquista. O quizá la oposición sea certera: puede que Giacomo Casanova y Walter Escohotado apenas se rocen en la cama, aunque piensa uno que si tengan esto en común: una jovialidad a prueba de los tiempos, cada cual de los suyos.

    Con afecto,
    José Antonio Martínez Climent

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