Homenaje a Román Escohotado, un hombre de paz con puños de hierro

Homenaje a Román Escohotado, un hombre de paz con puños de hierro

(13 años desde su fallecimiento)
Antonio Escohotado

Román tardó muchísimo en empezar a hablar, y cuando al fin lo hizo fue aclarando que “no había tenido nada que decir”. A partir de entonces no iban a faltarle cosas que contarnos, ni mucho menos, aunque siguió admirándonos su falta de disposición a constituirse en el centro de las atenciones. En el colegio cumplió con notable, no conmovido por aquello que le iban enseñando para buscar el sobresaliente, pero dispuesto a cumplir las expectativas de sus mayores. “Basta un poco de atención”, le recomendaba a su hermano mayor, “para sacar adelante lo que nos piden aquí”.

Ya alimentaba la aspiración de ser respetado respetando, sin que sospechásemos la medida en que había resuelto corresponder a cualquier favor con una gratitud perpetua. Tendría seis o siete años cuando viviendo en una casa de campo muy aislada de Ibiza, cuyo camino de tierra exigía dejar el destartalado dos caballos a un centenar de metros, puse a prueba su coraje pidiéndole que fuese a buscar algo al coche con la sola ayuda de una linterna. Le cruzó el rostro un relámpago de terror, y habría podido negarse sin reproches, pero prefirió conquistar el premio de su propia estima, y el de la nuestra. Treinta años después, un amigo le reprochó que no había pedido ayuda a propósito de cierto apuro, y él repuso: “Lo siento, soy muy orgulloso”.

Soberbia es estimarse en más de lo justo. Orgullo es amarse comedidamente, sin olvidar jamás la pequeñez de cualquiera en el concierto general del mundo, pero sin ceder un milímetro a las incitaciones del miedo y la mezquindad, que llaman a explotar la confianza y el esfuerzo ajeno. Algo después de demostrarse que no era medroso, cuando pasaba de primaria a secundaria, aproveché un rato de estar solos -y el brillo de admiración en sus ojos por alguna tontería (quizá mi soltura de entonces con el hacha, que calentaba cotidianamente nuestro humilde palacio payés) para recomendarle la divisa de su abuelo Román, el generoso: Tengo lo que he dado. No hizo falta una palabra más para que el norte de sus actos en lo sucesivo fuese dar para tener, empezar siempre dando, sin pedir nada que uno mismo no se comprometiera de antemano a sostener y defender.

Imposible me resulta decidir qué peso respectivo tuvieron en esta resolución la casta y el aprendizaje. Sólo atestiguo que eligió ser acreedor a deudor, perfectamente satisfecho con tener sólo lo que iba ofreciendo; y que eso hizo de él un espíritu no sólo libre sino benévolo y realista, capaz de vivir para sí y al tiempo para los demás. A medida que crecía demostraba cómo podemos y debemos ser buenos siendo precisamente orgullosos, sin mendigar lo inmerecido ni transigir con las rencorosas prendas del victimismo. Cuando hacía falta responder a una ofensa allí estaba el estilete de su ironía, y en última instancia la fuerza de su brazo, porque la reciprocidad era su principio de justicia, y nunca fue pusilánime cuando tocó poner en su sitio a quien lo ignorase. No hagas lo que no quieras que te hagan, y podrás ser autónomo para el resto de los actos.

Dispuesto a abrirse camino por sus propias fuerzas, acabó decidiendo hacerse diplomático, una oposición singularmente difícil pero la más afín a su gusto por traducir y a la amplitud de su curiosidad intelectual. En el trance de prepararla, ir profundizando sus conocimientos de historia, economía y derecho le mostró hasta qué punto una combinación de azar y sentido ha distribuido a la humanidad en los Estados que hoy la representan, y poco antes de partir hacia el primer destino vino a contarme lo que había sacado en claro. Concretamente, que el cosmopolitismo no está reñido con el patriotismo, sino más bien al contrario, y que le ilusionaba poder contribuir a que nuestro país se actualizase. Siendo ya un patriota desembarcó en El Salvador, donde su buena voluntad le bendijo con el amor de Alejandra, una esposa tan implacable y pacíficamente guerrera como él, con la cual engendró a Diego, una criatura que a sus dieciocho meses tanto recuerda a su padre por la inclinación a observar antes que a reclamar mimos.

De allí pasó a Santo Domingo, un consulado terrible por la presión de tantos emigrantes inducidos a conseguir visados, de modo legal o fraudulento. Revisar docenas de miles de expedientes puso de relieve una trama corrupta, cuyas posibles represalias desafió sin parpadear, y entretanto logró que la República Dominicana firmase al fin el Convenio de La Haya sobre migraciones, granjeándose con ello su primera condecoración. Algo más tarde el terremoto de Haití le permitió reeditar –multiplicado por cien- el denuedo de aquel niño que cruzaba la oscuridad buscando algo perdido en la distancia, porque llegó el primero y se mantuvo más de una semana con raciones de campaña no siempre disponibles, repatriando a compatriotas, ayudando al maltrecho embajador y empleándose con pasmosa diligencia y altruismo. Ayer recibimos el correo electrónico de cierto testigo –un inspector-jefe de la Policía Nacional-, que le honra y debe leerse aquí: “Su hoja de servicios tendría que poner VALOR reconocido, ser un valiente con todas las letras”.

Tanto en El Salvador como en la Dominicana puso en práctica su compromiso de demostrar que el diplomático debe y puede ser útil. En otras palabras, que un buen sueldo puede ganarse con esmero profesional no sólo en la esfera privada sino en la pública, hagan lo que hagan los demás. Sólo le faltaba pulir aquello que su propia estima tenía de juvenil, donde ser heroico le resultaba aún compatible con alguna medida de autocomplacencia y aspereza. Pero el paso del tiempo guía a quien eligió honradamente su camino, y hacerse padre le permitió dejar en tierra los arreos de combate que portaba desde niño. Comprendió que debía ser aún más impecable, aunque de una manera nueva, la acorde con alguien tocado a distintas horas del día por otro como él, gracias al cual su respeto por los demás encontraba en la gratitud un motivo añadido. Y así, bendiciendo la vida, le vimos cuando partió este verano hacia Seúl. Se lamentaba en voz alta de que le tocasen a la vez la reunión del G 20 y la jubilación del embajador, mientras secretamente se sentía estimulado por el nuevo reto. Recordemos que España llegó a esa conferencia como observador y ha salido de ella como miembro, gracias siquiera sea en parte a su dedicación y a su experto consejo.

Cuando cumplía los 40 años, el 25 de septiembre, envió a la familia un correo lleno de ternura, humor y esperanza. Recordaba la fiesta ibicenca que organizamos cuando yo cumplí los mismos, e ironizaba sobre décadas de vivir suponiendo que cuando le llegasen a él ese banquete sería reeditado y ampliado. Sin embargo, añadía, “¡no tenemos amigos aquí aún!”. Cálido era su ánimo, y declaraba: “No me siento viejo, ni mucho menos”. Por lo demás, Alejandra había organizado clandestinamente no uno sino dos días de festejos, con visitas a distintos sitios, patas de cangrejo como antebrazos de doncella, delicatessen varias y sobre todo amor, amor rebosante en el pequeño círculo que se recogía sobre sí mismo en un confín de Asia. Venían luego unas endechas de san Juan de la Cruz, para celebrar el encuentro del amante y la amada, y al término el poema de Wordsworth:

“No debemos penar
Sino antes hallar
Belleza en lo que atrás queda”

Román nos dejó esa orden de retener la belleza por encima de todo, exigiendo que su caminar honorablemente por la vida no se pierda en lágrimas, y derrame más bien ejemplo. El rayo ha herido nuestra casa, llevándoselo cuando tenía por delante los desafíos y deleites de buscarse aún más profundamente. Pero él llevó nuestra casa a una plenitud más alta, cumpliendo lo que balbuceábamos apenas los demás al exaltar el tesón del aprendizaje, el doy porque diste, el nunca recibiré con ingratitud, el cuidaré de los míos hasta el fin de mis fuerzas. Al resto del mundo le deja la amistosa alegría de quien solo tuvo por suyo lo que acertó a dar, una existencia digna de elevarse a regla de conducta universal. Nuestra sangre sale fortalecida de esta ordalía, y también cualquier otra sangre que quiera pagar con buena voluntad y rectitud la bendición de vivir socialmente.

Su hijo Diego debe saber sin sombra de duda que su padre le veneró, y que fue él mismo venerable. Todos sus deudos y amigos debemos saber que sobrepasó las esperanzas, y que la propia Parca –cruel con algunos- le ahorró a él esa suerte en tan inusual medida. Se diría que sólo nos queda un cofre con cenizas, pero eso es falso. La historia separa el grano de la cáscara, y despojándola de lo accesorio convierte el metabolismo en recuerdo, fundando esa forma humildemente nuestra de inmortalidad que es el recuerdo, donde las figuras se graban para permitirnos gozar sin prisa y hasta el fin de los días la plenitud de su contenido. De todo cuanto tuvo nacimiento, sólo la memoria sobrevivirá sin marchitarse.

Sin dejar de respetar la oración, que conforta al alma dolorida, no temo por el futuro de quien seguirá siendo indeleblemente glorioso para sus hermanos y amigos, y en particular para sus padres, que sólo lloran por no haber ocupado su puesto cuando ese vástago les colmó de atenciones y devoción en tan descomunal medida. De su ayer ya se encargó él, que poco antes de dejarnos no se sentía “ni mucho menos viejo”. Amigos míos, terrible y admirable es la condición humana, que mordió la manzana del conocimiento para no ahorrarse nada de lo real, y periódicamente se ve sobrepasada por la responsabilidad infinita de esa empresa. Nos hemos reunido aquí para celebrar a un héroe civil, un hombre de paz con puños de hierro, que murió joven y por eso mismo tan intacto como refulgente. No proceden las elegías, cuando dentro de cada uno resuena el himno debido al alma bella. Salve, y para siempre, el que nos enseñó a ser buenos y sabios al mismo tiempo.

 

9 Comentarios
  • Javier Mateo
    Publicado 22:42h, 16 noviembre Responder

    Enorme, maravilloso

  • Jimena
    Publicado 16:41h, 17 noviembre Responder

    Tenía claro que, alguien que con 40 años asiste a la cumbre del G20 tenía que ser excepcional. Gracias por compartir. Un lujo de lectura.

  • Rafa
    Publicado 20:22h, 17 noviembre Responder

    Le recuerdo cada día de mi vida, se fue no sin dejarnos su mejor versión en todos nosotros. Está nos acompaña, y espero que lo siga haciendo, hasta el final de todos nuestros días. Gracias Román por haber existido y me siento orgulloso de tenerte como amigo hasta el resto de mis dias

  • Lalo
    Publicado 03:22h, 22 noviembre Responder

    Cuánta belleza en esas palabras y en ese contexto. Sin haberte conocido, ya te miro y te abrazo, querido Román.

  • Guillermo
    Publicado 12:16h, 23 noviembre Responder

    Impecable la palabra escrita de Antonio, me parece que es casi imposible para el promedio de los mortales poder escribir desapasionadamente en tales circunstancias. Gracias Antonio, he podido conocer a Román!

  • Julio Velasco
    Publicado 19:24h, 05 diciembre Responder

    Siempre en la memoria. Que bonitas palabras y qué suerte haber conocido bien y disfrutado de inolvidables momentos con un tipo tan grande como Roman. Fuerte abrazo donde quiera que estés!

  • Magdalena
    Publicado 17:39h, 28 diciembre Responder

    Precioso texto lleno de amor.

  • Nelo
    Publicado 00:23h, 26 abril Responder

    Aquí un chico joven cualquiera que leyendo estas líneas evoca tu recuerdo con ternura. Gracias Antonio y un abrazo sideral Román, allá donde estés

  • Jorge Escohotado
    Publicado 11:51h, 26 abril Responder

    Gracias a todos por vuestros comentarios!

Publicar un comentario